martes, 10 de agosto de 2010

A mi viejita Linda

A mi viejita Linda

El perfil del horizonte, con su luz crepuscular me abstrae, siento el avance del tiempo como una bocanada soberbia que se traga trocitos de mi ser y me pregunto; ¿Por qué?... no es fácil descifrar un estado de ánimo si no se conocen las heridas del alma de la cual se apropia.
En mi mente aparece una imagen nítida, la imagen de un frágil cuerpo de mujer, vapuleado por todas las grietas que la tierra abrió bajo sus pies. Su coraje y su arraigo a la vida siempre le dieron el equipaje para franquear la adversidad, ahí donde lo obtuso amasa con brusquedad sus férreas raíces. Son esos pies cansados, que aún la sostienen apoyada en su andador, los que me llevan a rebuscar en las coordenadas de mi memoria y solo encuentro vahídos que desdibujan momentos, que quizá ella misma no sabría responderme;
_ ¿Cuánto tiempo hace, viejita linda, que tus ojos dejaron de tener luz?_, pregunta que se ahoga en ese cauce seco donde se agolpa mi llanto, para que sus oídos no lo capten.
Su rostro hace tanto tiempo que no atesora una sonrisa, que pareciera esculpido en cera, de una dolorosa envejecida y eterna, en vez de mortal…
_ ¿De qué me sirve la pena?, No puedo devolver la luz a tus ojos_ Mi impotencia, es casi tan diáfana como el tiempo transcurrido desde esa última puesta de sol, que divisaron sus ojos, o el centelleo de las estrellas en el cielo.
Envuelvo mi cuerpo con mis brazos, este cuerpo que broto del suyo;
_ ¿Cómo podría protegerte de ese camino triste, donde tus pisadas se achican a cada momento, y te vuelves niña sin remedio?, Oigo sus dulces palabras infantiles y deseo acunarla en mi regazo, para resarcirla de todas la deudas, que facturo a la vida, y que su corazón olvidó su debito.
Es poco, tan poco, lo que yo puedo darle que como un grito sin voz, lo sostengo en los hombros del viento, para que sirva de manta a su bella alma;
_ ¡Viejita linda, mamá, te adoro, te quiero!_ Será mi grito y mi susurro, mientras tenga voz mi memoria….

domingo, 25 de julio de 2010

UNA BROMA DEL MAESTRO

Ya me gustaría atreverme como hacen muchos de los que he leído por aquí, escribir mis propios textos, poemas o relatos. Quisiera vencer ese sentimiento de no poder, no saber e intentar escribir algo, aunque resultase sin valor alguno, me es imposible, mi timidez y mi sentido del ridículo me lo impide, por ello, para no hacer de este blog, una copia del blog de mi amiga Antoñi, he rescatado un cuento hindú que encontré en la red y me ha gustado mucho, por eso he decidido compartirlo con todo aquel que visite mi blog y se atreva a leerme…..



UNA BROMA DEL MAESTRO

Había en un pueblo de la India un hombre de gran santidad. A los aldeanos les parecía una persona notable a la vez que extravagante. La verdad es que ese hombre les llamaba la atención al mismo tiempo que los confundía. El caso es que le pidieron que les predicase. El hombre, que siempre estaba en disponibilidad para los demás, no dudó en aceptar. El día señalado para la prédica, no obstante, tuvo la intuición de que la actitud de los asistentes no era sincera y de que debían recibir una lección. Llegó el momento de la charla y todos los aldeanos se dispusieron a escuchar al hombre santo confiados en pasar un buen rato a su costa. El maestro se presentó ante ellos. Tras una breve pausa de silencio, preguntó:
--Amigos, ¿sabéis de qué voy a hablaros?
--No -contestaron.
--En ese caso -dijo-, no voy a decirles nada. Son tan ignorantes que de nada podría hablarles que mereciera la pena. En tanto no sepan de qué voy a hablarles, no les dirigiré la palabra.
Los asistentes, desorientados, se fueron a sus casas. Se reunieron al día siguiente y decidieron reclamar nuevamente las palabras del santo.
El hombre no dudó en acudir hasta ellos y les preguntó:
--¿Sabéis de qué voy a hablaros?
--Sí, lo sabemos -repusieron los aldeanos.
--Siendo así -dijo el santo-, no tengo nada que deciros, porque ya lo sabéis. Que paséis una buena noche, amigos.
Los aldeanos se sintieron burlados y experimentaron mucha indignación.
No se dieron por vencidos, desde luego, y convocaron de nuevo al hombre santo. El santo miró a los asistentes en silencio y calma. Después, preguntó:
--¿Sabéis, amigos, de qué voy a hablaros?
No queriendo dejarse atrapar de nuevo, los aldeanos ya habían convenido la respuesta:
--Algunos lo sabemos y otros no.
Y el hombre santo dijo:
--En tal caso, que los que saben transmitan su conocimiento a los que no saben.
Dicho esto, el hombre santo se marchó de nuevo al bosque.

*El Maestro dice: Sin acritud, pero con firmeza, el ser humano debe velar por sí mismo.

martes, 13 de julio de 2010

Solo Para mujeres

Llevo días con mi blog, y hoy es un buen momento para presentarme, soy Nati, de Natividad, que por cierto prefiero el diminutivo, mi nombre sin ser feo, es muy largo y ceremonial para llamarme así....
Este blog, se lo debo a mi amiga Antoñi, ella me dio la idea, ahora mismo todo esto me pone nerviosa y me encuentro algo torpe, confió en poder superarlo. No sé si me lee alguien a parte de ella, yo si os leo a muchos y confío en poder leeros a todos, todo este mundo, me parece impresionante y maravilloso, daría algo para estar a vuestra altura. Antoñi, dice que puedo escribir yo también, de momento a parte de esta breve presentación, no me atrevo con más y es ella, la que me está prestando, sus relatos y sus textos, os lo digo por si los leéis y los reconocéis...
Un saludo desde la tierra del vino, en la campiña sur del valle del Guadalquivir, en la provincia de Córdoba, Andalucía...



Solo Para mujeres

He decidido hablar un poco de mí y de mujer a mujer, no tengo nada en contra de los hombres, más bien ellos y yo tenemos una extraña conexión, que ya definiré otro día, hoy será darle mucho trabajo a mí cansado cerebro.
Existe un secreto personal en mí, un poco inconfesable, para según qué perfil de persona. Niñas soy una pésima ama de casa, vamos que las labores de casa y yo nos llevamos a matar, puesto que ellas se empeñan en perseguirme de tal manera que lo que hago un día aparece sin hacer al día siguiente… ¡mira que tienen mala leche!, creo tener lavada y planchada una prenda y aparece en el cesto de ropa para lavar, y le digo… ¡Que te crees tú que te voy a lavar hoy! Y me largo…, mala pata la mía al rato hay más…,¡Dios esto es un acoso en toda regla!.
Lo peor que llevo es lo de quitar el polvo, el tonto trabajo de todos los trabajos tontos. El polvo jamás se quita, se traslada de lugar y ahí me tenéis como una tonta persiguiendo el polvo todo el día, parece ser que muchos creen que las mujeres tenemos una fijación especial por el polvo, cuando lo que ocurre es que le tememos una jartá, palabra típica por mi sabia tierra, para decir que nos da miedo..., aunque yo ya tengo la solución y la verdad es que me funciona de la leche y es la siguiente; cuando mi marido llega a casa, yo le digo;
- Miguelito cariño mío, ¿sabes cuánto te quiero?- y le doy un besín, de esos que tanto le gustan y ya es mío, me pone unos ojitos de niño travieso, como diciendo;
- Y yo tengo unas fabulosas ideas donde puedes demostrármelo- y yo le respondo en la misma forma,-Todo se estudiara a su debido tiempo- . Seguidamente le pongo el mandil, el pañuelo en la cabeza y le doy el plumero, ahí tenéis al pobrecito todo el día dando motivos para que su mujer este contenta. Lo peor es la hora de poner en práctica sus fabulosas ideas, aquí surgen los problemas. A las madres nos gusta, al menos a mí, supervisar a nuestros retoños, antes de ir a dormir y mis niños son como su mamá, para castigo de su papá, siempre andan peleando con el sueño, así que el paciente amor de mi vida, que está cansado del trajín del polvo, se queda dormido. Yo al verle me digo,
-¿Ahora qué hago?- , esta tan lindo dormido, parece un bebé.
Llevada por la ternura que me inspira le doy un besito cariñoso en la nuca y él se revuelve con un manotazo, pensando que soy un mosquito, ante eso decido prepararme un capuchino y fumar un cigarrillo, mientras escribo algo tonto en el Word. Entonces aparece otro inconveniente, el sueño traidor se ha aliado con Morfeo y pretende ganarme la partida. El atractivo Morfeo ha rociado sus efluvios en mi sofá y me atrae poderosamente, tiene forma de David rubio de ojos azules, que él sabe que yo siento una debilidad especial, mi voluntad ante eso queda anulada, sobre todo si extiende sus brazos y me dice, ¡ven!, ¡Ven!, Y es que la carne es muy débil. De esa forma acabo acurrucada en los brazos del David falso, en un relajante sueño que acaba con los primeros rayos de sol que anuncia el nuevo día, me despierto con un tremendo dolor de huesos y es el momento que recuerdo a mi marido dormido solo con sus fabulosas ideas sin llevar a la práctica y le he sido infiel de la forma más cruel. Con todo el cuerpo magullado subo como puedo a meterme en la cama como si tal cosa, para ser su sirena equilibrista en cuanto abra un ojo y es que no hay nada mejor que tener un marido satisfecho, te quita el polvo la mar de feliz

viernes, 9 de julio de 2010

No hay lugar para el amor. (Capitulo octavo)


No hay lugar para el amor. (Capitulo octavo)

El mar, cuando está en calma, en la caída de la tarde produce una serenidad que traspasa a todos los sentidos. El sol proyecta reflejos dorados sobre sus aguas y todo el horizonte tiene una luminosidad especial, incluso las rocas y la arena parece que se transportaran a un lugar de ensueño, ocurre lo mismo con el amanecer.
Descalza por la orilla, Carmen disfrutaba dejando romper las suaves olas sobre sus pies. Esta era una actividad que había aprendido a saborear y hacerla parte de sus sentidos al poco tiempo de llegar a Málaga, ocho años atrás. Esa tarde de Junio había supuesto la recuperación de esa sensación entre ella y su eterno cómplice, el mar. Su abuela le había sugerido la idea y ella sabía mejor que nadie, que le podía ir bien a su ánimo con solo mirarle a los ojos.
Llevaba meses en terapia a sugerencia de su psicólogo, una terapia de grupo donde había conocido a otras personas con experiencias y traumas similares. Le habían ayudado a superar, el sentirse alguien raro y anormal, poco a poco pudo asimilar que solo sufría las consecuencias lógicas del acoso y maltrato al que había estado sometida en su niñez y adolescencia por su padrastro. Como ella, no solo existían mujeres, también hombres, con todos ellos aprendía cada día a enfrentar sus miedos a saber cómo decirle a esa niña asustada, que se escondía en su interior que todo había pasado, que era libre. Desde ahora podría salir, correr, de tal forma que la mujer que era en este momento ya no tendría miedo a amar, ni a confiar, por primera vez en su vida todo estaba bien.
Caminando por la orilla de la playa, pensaba en Carlos, en su mirada, en su voz, en esa necesidad salvaje, que le hacía sentir como su sangre galopaba veloz por sus venas, provocándole un deseo tan sofocante que se transformaba en dolor, con el solo recuerdo de sus manos, sus labios, sus ojos, recorriendo, acariciando cada centímetro de su piel. Pensaba que si alguna vez, su amor tuvo una oportunidad se extinguió como una tormenta de verano, en el mismo instante que le obligo a marcharse sin darle ninguna explicación, solo su insultante miedo disfrazado de horror, repulsión y asco. En un impulso recogió una piedrecita de la arena y la lanzo al mar con rabia, gritando,
- Te quiero Carlos, nunca lo sabrás, y sin embargo te quiero- casi no pudo acabar de decir esas palabras, cuando tras de ella le pareció oír una voz familiar.
-Podrías probar a decírmelo a mí en vez de al mar, seguro que te doy mejores resultados- parecían palabras surgidas de uno de sus sueños.
Se dio media vuelta, para comprobar si la realidad podría esta vez, más que la ilusión y allí estaba Carlos. Una figura tan familiar, casi difuminada por la poca luz que despedía el somnoliento sol, que ya estaba desapareciendo en el horizonte.
El acuciante escozor que molestaba a sus ojos desde hacía rato, por la fuerza de unas lágrimas que luchaban por salir, acabó humedeciendo sus ojos en un llanto silencioso, que no le permitía emitir ni el más mínimo gemido. Carlos la abrazo y bajo sus labios hasta sus ojos, besando sus lágrimas una por una.
-Pequeña no llores. Era necesario esta separación, nunca he dejado de saber de ti, tu abuela se ha encargado de tenerme informado y ha sido ella la que me ha dicho dónde estabas y que ya estas preparada para vivir libremente- le decía mientras llevaba sus labios a la comisura de los de Carmen.
Ella le rodeó el cuello con los brazos cuando sintió que su beso se tornaba ávido y se apretó contra él con una facilidad que ningún fantasma del pasado logro intervenir impidiendo que disfrutara de esa sensación que asaltaba a su cuerpo. Nada existía excepto su mutua y tumultuosa necesidad, aquella profunda y primitiva pasión.
Fin

No hay lugar para el amor (Capitulo séptimo)


No hay lugar para el amor (Capitulo séptimo)


Soledad era muy diferente a como Carlos la había imaginado, ambas, abuela y nieta guardaban un enorme parecido, el físico de la anciana presagiaba como podría ser el de la nieta a esa edad. Lo que siempre le había inquietado tanto en Carmen, esa fragilidad tan acusada, por el contrario en la abuela destacaba como una figura alta, orgullosa de aspecto invencible. Sintió en su interior ganas de agredir, presentía que alguien sin piedad le había arrebatado a Carmen esa energía y ese aspecto grandioso, que la abuela respiraba en cada movimiento en cada gesto.

Sentados frente a frente se observaban y hablaban con cautela, queriendo dar tiempo, para averiguar las posibilidades que tenían de entendimiento. Para ambos Carmen guardaba un profundo interés, aunque los sentimientos fueran de distinta índole. Necesitaban saber si podían confiar el uno en el otro, fue Soledad la que inició la conversación por el sendero adecuado, para encauzar el tema hacia donde a ambos les convenía.

-Hace tiempo, que vengo notando un cambio muy drástico en mi nieta. Sospechaba que se trataba de un hombre y me ilusioné con la idea de que por fin despertaba a la vida como cualquier mujer de su edad y se había enamorado-, le dijo soledad con la mirada fija en sus ojos.

-¿Enamorada, Carmen enamorada?, Permítame que la contradiga, una mujer enamorada no despide a su amor como si se tratase de un perro sarnoso- dijo Carlos, contrariado.

- Usted, no estaría aquí sentado conmigo, si no intuyera que detrás de ese comportamiento hay algo más. Presiento, por su necesidad de hablar conmigo, que ha llegado a la conclusión de que Carmen tiene algo en su pasado que la asusta sentir como una mujer normal, ¿o me equivoco?-, le dijo soledad mientras acercaba su taza de café a los labios, como queriendo suavizar la tensión entre ambos.

-No está usted desencaminada, sin embargo es duro, para un hombre que te consideren en un instante un héroe grandioso y al siguiente el más salvaje de los villanos. Si no fuera por el miedo que se refleja en sus ojos, le aseguro que hubiera desistido, por mucho dolor que me suponga perder a la que considero la mujer de mi vida-, comentaba Carlos con sentimientos mezclados, entre rabia, pasión y dolor.

- Tranquilo, yo no puedo ayudarla más de lo que he hecho hasta ahora, pero usted si-, intentó calmarle y al mismo tiempo sugerirle.

-Francamente, no entiendo, ¿cómo puedo ayudarla, si siente un pánico horroroso en cuanto la toco? Le preguntó un tanto contrariado.

-Eso no es del todo cierto. Estoy enterada de lo ocurrido entre los dos en mi casa la semana pasada. Si tiene memoria, recordará que ella se le entregó de buen grado, lo que ocurriera después es lo que necesita superar y para eso le necesita a usted y a nadie más, porque es de usted de quien ella está enamorada-, hablaba soledad irritada, como si se tratase de un niño que no quería aceptar una realidad.

-Si realmente lo sabe todo, comprenderá que soy el último al que ella le permitiría acercársele y ayudarla-, le comentó un tanto perplejo, por la aclaración de la anciana.

-Por supuesto, que estoy enterada, llegue al poco rato de irse usted, me la encontré, como un gatito asustado, agazapada en el sofá y nada más verme, se abrazo a mí con el mismo llanto y terror que traía el día que apareció en la puerta de casa, ocho años atrás. Comprendí que sus fantasmas estaban aquí otra vez e intente averiguar los motivos. Me lo conto todo y así supe quien era usted y además una inquietante sorpresa, por mucho miedo que le causara la necesidad que siente hacía usted, lo que más le preocupaba es no volver a verle-, Soledad se emocionaba por momentos, mientras le comentaba su descubrimiento.

-¿Pues no sé cómo voy a poder ayudarla?, Como comprenderá, ateniéndome a los hechos es muy complicado, por no decir imposible, que ella soporte mi presencia- sostenía Carlos un tanto incrédulo.

-Teniendo paciencia sin rendirse jamás-, le dijo Soledad de forma tenaz y segura.

-Tendré paciencia, no lo dude. Por otro lado me gustaría saber, ¿qué le ha ocurrido a soledad en su pasado, quien fue el monstruo que le hizo semejante daño?-Preguntó Carlos, irritado.

-Son recuerdos muy dolorosos, para mí. Me siento culpable cada vez que retrocedo al momento en que tuve conciencia de ellos. La niña fue un incordio para su madre, algo que le estorbaba para hacer su vida y al mismo tiempo la usó para hacerme daño. Después de la muerte de mi hijo, prácticamente la apartó de mí, no me la dejaba ver-, la fortaleza de soledad, presentaba por momentos ciertas fisuras, su ojos le brillaban más de lo normal, presagiaban muchas lágrimas escondidas, pero continuó.

-Jamás fue la madre cariñosa y protectora que deben ser las madres, ignoró los riesgos que la niña corría cerca de su nuevo marido, porque le convenía, apartada de mí como la tenía, nunca tuve conciencia de tales peligros. La niña sufrió acoso e incluso ciertos abusos, desde los diez años, hasta el episodio más grave, que ocurrió a sus dieciséis años, donde tras una decisión desesperada de la niña de tirarse del coche en marcha, que pudo haber acabado con su vida, saldo la posibilidad de que semejante energúmeno, llevara sus abusos al último extremo. Gracias a la eventualidad de dar con personas honradas, Carmen apareció en la puerta de mi casa veinticuatro horas después de ese episodio en un estado deplorable-, aquí Soledad no pudo más con el recuerdo de tan tristes hechos y sus ojos se llenaron de lágrimas.

-Lamento hacerle pasar por semejantes recuerdos, si no fuera por lo importantes que son para mí, le aseguro que jamás le preguntaría nada-, le dijo Carlos mientras presionaba cariñosamente sus manos.

-No tema, me hace bien volver a recordar, de esta forma término con mi sentimiento de culpa- aclaro soledad, para sorpresa de Carlos.

- ¿Culpa?, No sé donde puede tener usted culpa en este escabroso asunto- intentaba averigua Carlos.

-Vera, cuando la niña llegó, mi primera preocupación era evitar que volviera con su madre y estar nuevamente a las expensas de su padrastro. Decidí hacer una llamada, notificándoles donde estaba la niña, y amenazarles que si intentaban hacerla volver con ellos iría a la policía-, fue la revelación que Soledad guardaba en su interior, que le quemaba como hierro candente, porque su conciencia siempre le dicto denunciar al bastardo que había robado la alegría e inocencia a su nieta, de forma tan vil.

Carlos no le dijo nada se limitó a mirar sus ojos, presionado cariñosamente sus manos haciéndole entender, que no fuera tan cruel consigo misma, fue la mejor opción que encontró entonces y desgraciadamente el mal ya estaba hecho.

miércoles, 7 de julio de 2010

No hay lugar para el amor (Capitulo sexto)




No hay lugar para el amor (Capitulo sexto)

Desde que cerrara la puerta dejando sola a Carmen, Carlos sentía una fuerte necesidad de volver y abrazarla, pero sabía que sería un error, el recuerdo de su mirada se lo decía, ese brillo extraño de pánico, como si estuviera viviendo una situación distinta y el personificara a alguien que le hacía sentir un rechazo monstruoso, como atisbos candentes que proceden del mismísimo infierno, que resucitaban en su piel como oposición un frío que inconscientemente la obligaban a rodearse con sus propios brazos, queriéndose proteger de una poderosa alimaña que amenazara con devorarla. Minutos antes, dormida en sus brazos observarla le había despertado sentimientos muy variados, era como ver el sol, se sentía amante complacido, protector celoso de un hermoso tesoro único, exclusivo, que no estaba dispuesto a dejarse arrebatar. Parecía una niña pequeña e indefensa y el quería sentirla feliz siempre y mimarla. La veía tan relajada, era incapaz de hacer otra cosa que observarla, fue así como notó el cambio, su rostro dibujó el tormento que empezaba a invadir la serenidad y placidez de su sueño, comenzó a gritar, ¡no!, ¡no!, ¡no me toques!, el la zarandeó mientras le decía..:
-Pobrecita, es solo una pesadilla-murmuraba tratando de despertarla.
La presionó fuertemente entre sus brazos tratando de acurrucarla y besar su frente, con la intención de hacerla salir de la pesadilla de forma suave, ella abrió sus ojos dirigiéndole una mirada de horror e inmediatamente comenzó a revolverse entre sus brazos intentando deshacerse de ellos y escapar.
-¡Suéltame, por favor!, ¡suéltame!- le gritaba asustada
Carlos la soltó desconcertado, no comprendía ese pánico en ella después de lo ocurrido entre ellos dos, ese rechazo. Se levantó del sofá dejándola sola, ella cruzó sus brazos sobre el cuerpo como tratando de cobijarse, de resguardarse, mientras le repetía de forma obsesiva.
-¡Márchate! déjame sola, quiero estar sola- le decía y al mismo tiempo le dirigía una mirada asustada, como la de una niña indefensa y aterrorizada.
Carlos recogió sus ropas y se vistió, conteniendo la necesidad de abrazarla y decirle que con él estaba a salvo, fuera lo que fuera, lo que había invadido su sueño de forma tan extraña y asustándola de aquella manera. Presentía que el se lo personalizaba, transportando el sueño a la realidad. Cuando acabó de vestirse, antes de salir le dirigió una última mirada, seguía en la misma posición abrazada agitándose compulsivamente y diciendo entre lágrimas.
-Necesito estar sola- decía sin dejar de mirarle.
Carlos la miraba, mientras pasaba su mano por su pelo conteniéndose.
-Vas a tener que dejarme que te busque ayuda. Hoy me voy, por más que me moleste, en tu estado no soy el más indicado para ayudarte, algo me dice, que tiene que ver con lo que ha ocurrido entre los dos y mi condición de hombre- le dijo de forma pausada y con seguridad.
El último recuerdo de Carmen, esa imagen de niña con las piernas flexionadas sobre su cuerpo sujetas por sus manos, escondiendo su rostro alterado, lloroso y asustado. Le había perseguido durante todos esos días, ahora acudía a la cafetería Brisa, en el centro de Málaga, donde por fin pudo concertar una cita con su abuela. Tenía grabadas en su cabeza parte de la conversación telefónica que habían mantenido y las repasaba en su mente como intentando anticiparse a la información que quería obtener de la anciana…
-¿Seguramente es usted, el hombre del que mi nieta está enamorada? era la pregunta nítida que aparecía en su recuerdo
- Nunca me lo ha dicho, por lo visto usted sabe más que yo de sus sentimientos en ese sentido- le había contestado el un tanto confundido.
-Creo que es necesario que hablemos, por que si usted la quiere va tener que derrochar mucha paciencia- concluyó la anciana al teléfono.
Necesitaba la ayuda de ella, que le hablara de lo que escondía el pasado de Carmen y así poder ayudarla. Esas únicas palabras, que habían intercambiado al teléfono, le decían que podría ser la aliada adecuada.

No hay lugar para el amor (Capitulo quinto)





No hay lugar para el amor (Capitulo quinto)

La vuelta a lo que había sido su hogar, durante su niñez, definitivamente no había sido buena idea, lo supuso desde el principio, quizá comprobar que su madre seguía siendo la misma, que la ternura maternal y generosa que ella tanto necesitó de niña, no sería una característica en ella jamás, era la misma persona egoísta que solo piensa en cómo cubrir sus necesidades, tal y como lo recordaba, el día de su dolorosa huida, once años atrás. Todavía no alcanzaba a comprender como la abuela pudo conseguir que no la llevasen de vuelta con su madre. La abuela, después de su sorprendente aparición, solo le dijo, -¡Tú déjame a mi esto, yo lo solucionaré!.
Conducía, casi sin mirar por aquella sinuosa carretera, que si era complicada en la subida, en la bajada necesitaba más atención, sin embargo ella solo llevaba una cosa en su mente, llegar a casa de la abuela cuanto antes, volver a refugiarse en el lugar que se sentía a salvo, protegida de aquel terrible sentimiento, de ese invierno frío que le provocaba el miedo oculto en su interior, que se aparecía una vez y otra como una alarma que le indicaba, ¡Peligro!, ¡Peligro!, allí estaría a salvo.
Carlos nada más salir de su despacho, había decidido hacer una visita a la abuela de Carmen. La llamó por teléfono para presentarse y anunciarle su visita. Curiosamente nadie descolgó. Decidió que hablaría con la abuela de Carmen llevado por una profunda necesidad de averiguar los motivos de esa extraña reacción en ella, e intuyendo la fuerte atracción hacia él que indudablemente percibía en los ojos de ella. Su comportamiento no era lógico en una mujer adulta, había algo en su pasado y en su vida que lo provocaba y la abuela tenía que saberlo.
Carmen llegó a casa y al entrar al recibidor llamó a su abuela, al ver que no contestaba recordó lo que le había dicho.
-Como no quieres que te acompañe, quizá me acerque unos días a Córdoba a ver a la tía María, creo que no está muy bien de salud, es muy mayor y cualquier día se nos va- Le dijo su abuela preocupada por su hermana.
No se había opuesto, a pesar de su terror a volver y que ella no estuviera, no quería preocupar más a su abuela, sabía perfectamente que volvería lo más pronto posible. Se preparó algo de comer, mientras seguía dando vueltas a todo lo sucedido con su madre en el entierro de su padrastro y en la necesidad tan enorme que sentía hacia Carlos, necesidad de que la amara, de sentir el calor de su cuerpo sobre el suyo y al mismo tiempo ese contradictorio pánico, que aparecía sin que ella se lo propusiera y en el momento menos esperado. Sentada en el salón dejaba pasar las horas, sin ninguna intención de moverse de allí y mucho menos de salir. Entonces sonó el timbre y saltó como un resorte del sofá, pensando que sería la abuela que volvía. Feliz como una niña que quiere ver a su madre, se encaminó para abrir la puerta sin cuestionarse ninguna otra posibilidad. Al abrir la puerta su sonrisa infantil se tornó en una mueca de sorpresa al encontrarse a un hombre alto de pelo rubio y mandíbula cuadrada, de unos treinta y tantos años, vestido como ella siempre lo recordaba, con un impecable traje.
Él no dijo nada. Se limito a mirarla con sus intensos ojos azules, que la escudriñaban con detenimiento.
-¿Qué quieres?- Alcanzó a decir turbada.
-¿Tú que crees?- Preguntó él secamente
Carmen se estremeció. No quería saber nada de Carlos.
-¡No sé!- Exclamó ella teniendo plena certeza de lo que él quería.
-¿Vamos a discutir en la puerta?- Le espetó el con aplomo.
No le habría costado nada mascullar un “vete por favor”. Y haberle cerrado la puerta en las narices, pero sabía perfectamente que no serviría de nada, Carlos tenía un propósito y no se iría de allí sin más.
-Pasa…- Lo invitó a entrar con cierto recelo.
Carlos se movía con seguridad, con ese porte elegante y caballeresco con el que algunos hombres son dotados por naturaleza, impregnando el aire de un cierto olor masculino irresistible.
- Necesito hablar contigo Carmen.
Ella levantó la barbilla y apoyó sus manos en las caderas.
-Y bien,….habla, te escucho.
-Bien…,Dime, ¿Vas a contarme que te hace desearme y al mismo tiempo rechazarme, como si yo fuera un monstruo perverso?.
-No sé de donde has sacado eso pero…
-No soy un inexperto Carmen, conozco demasiado bien las señales que emite una mujer cuando siente atracción hacia mi- Le cortó la frase taladrándola con la mirada.
-Eso creo habértelo explicado ya- Se sentía vulnerable porque no podía poner el énfasis que quería en las palabras que pronunciaba, estaba demasiado expectante y alterada como para pensar con claridad.
Carlos escrutó su cara con cierto brillo en la mirada que se colaba directamente en la mente de Carmen. El la perturbaba hasta tal punto que no podía pensar ni moverse. Un latigazo, como descarga eléctrica zozobraba en su interior y la paralizaba.
Sin añadir nada, de repente él la besó, su gesto pareció un ataque, un asalto. Fue un beso agresivo y arrasador, con unos labios firmes que exigían una respuesta que ella aborrecía dar y al mismo tiempo, era incapaz de negar. No tenía otra elección que devolverle el beso. Su cuerpo se sobresaltaba en oleadas de deseo guardado en el tiempo, que hacían de ese descubrimiento una experiencia muy intensa.
Carlos recorrió su boca con sus labios, en un beso salvaje pero lleno de dulzura. A ella le ardían los labios y su conciencia sucumbió antes de brillar como nunca lo había hecho. Gimió, sumergida en la divina agonía de aquel deseo que sentía, nuevo y extraño. Se despertaba en ella la necesidad de alcanzar más intimidad entre los dos, costara lo que costara.
-No quiero asustarte- le susurró el al oído.
-Me llevas asustando desde el primer día que te ví- Le contestó ella con voz entrecortada -…..Y no puedo evitar esta necesidad que siento, por mucho que a la vez me asuste, me puede mas el deseo de verte y por mucho que lo intente no puedo vivir sin ti- Los ojos de Carmen se llenaron de lágrimas.
Los labios de Carlos se apoderaron de los de ella con una pasión descontrolada, impulsada por el reconocimiento de Carmen. Nunca antes había sentido tanta tensión sexual, tanta necesidad de fundirse con el alma de una mujer.
El cuerpo de Carmen pareció apoderarse de su mente y cuando las vacilantes manos de Carlos la fueron despojando de su ropa, dejándola caer al suelo, ella recibió con anhelo la calidez de aquellas manos en su desnuda piel. Sus pechos parecieron hincharse, sus pezones se endurecieron.
Con movimientos impacientes, ella le ayudó a despojarse de su ropa, para poder sentir el contacto de su piel junto a la suya.
Carlos bajo la cabeza, volvió a apoderarse de su boca y Carmen jadeó, arqueándose hacia él. Su cuerpo parecía haber empezado a arder y lanzó un largo e intenso gemido de placer.
-No me pidas que me detenga ahora, no pretendía esto, pero es demasiado tarde cielo-Le dijo el con voz enronquecida.
-No quiero que pares- jadeó ella.
Los labios de Carlos atraparon los de Carmen con extrema dulzura, haciéndola sentir mareada. Los besos poco a poco se tornaron más duros y exigentes. Ella le rodeó el cuello con sus brazos, deleitándose en la perturbadora excitación de él, y no se asustó, por el contrario se vio presa de las más indescriptibles sensaciones y se aferró a él.
Sin saber como, se encontró tumbada en el sofá con el suave cuerpo de él encima, se sintió amada cuando el se dejó caer por entero y recorrió su cuerpo con sus excitantes manos. Por momentos el miedo afloraba y empujaba por salir y la llevaba a un abismo de sensaciones. Pero Carlos la provocaba con sus besos y sus caricias la hacían sumergirse en un éxtasis, que solo quería saciar la necesidad que el despertaba en cada caricia. Haciéndola consciente sólo de que quería más, mucho más y se lo pidió a gritos, casi exigiendo.
La mirada celeste de el la contempló a pocos centímetros, admirándola, queriendo grabar en su retina para siempre el cuerpo y la mirada de Carmen. Ella adoraba la suavidad de la piel de Carlos, aquella firmeza en su mandíbula masculina, los mechones de pelo rubio que le caían por la frente sudorosa. Entonces ambos cuerpos acabaron fundidos, y en ese momento el mundo pareció desvanecerse por que los cuerpos tomaron el control del barco de sus vidas, como dos navíos a la deriva moviéndose al mismo ritmo, recorriendo el abismo de oscuro terciopelo, allí dónde las sirenas esconden el profundo secreto de mil mares, dónde abrazados sintieron el profundo misterio de las mareas, cuando el mar choca contra las rocas y rompe en un torbellino de espuma y cuando el mar se tornó azul profundo alcanzaron fundidos el más profundo de los éxtasis.

lunes, 5 de julio de 2010

No hay lugar para el amor (Capitulo cuarto)



No hay lugar para el amor (Capitulo cuarto)

Cualquiera que observase a Carlos Martín, no dudaría en absoluto de que era un hombre que por naturaleza, no solo desprendía una confianza absoluta en si mismo, sino que además difícilmente se dejaba vencer por algo. Sentado en el sillón frente a la mesa de su oficina, con la mirada fija en su teléfono móvil, recordaba las palabras de su amigo Andrés.
-Siempre tan caprichoso-, le había comentado Andrés, antes de facilitarle la información que Carlos esperaba.
- ¿Qué interés tienes por una criatura tan complicada e insignificante como Carmen Aranda?-Se intereso su amigo
-Eso es algo personal, Andrés- le había respondido a la defensiva
-Pues yo te recomiendo que si estas interesado en contratarla, es alguien muy inestable, tiene en su haber cuatro trabajos en menos de seis meses y todos muy diferentes entre sí.., ¡Ah, otra cosa!, jamás la despiden, se va ella solita, igualmente, que cambia de lugar de residencia. En el único sitio que dura más tiempo es en lo que parece ser, su refugio, en casa de su abuela paterna en Málaga Capital-, era la información que su amigo Andrés, inspector de policía en Málaga, había recabado, para él en honor a su amistad.
-¿Sabes si tiene más familia?..., continuo Carlos con su necesidad de saber.
-¡Sí!, su madre, y su padrastro que acaba de morir. He sabido que desde que se escapara de casa a los dieciséis años, jamás ha vuelto a casa de la madre, hasta el día del entierro de su padrastro, hace una semana-, siguió añadiendo Andrés, para esclarecer en la medida de lo posible las dudas de su amigo.
-¿Donde está ella ahora, lo sabes?-, Carlos seguía absorbiendo la máxima información, como si se tratase de un asunto de vida o muerte.
-No lo sé con exactitud, según deducción personal, siguiendo su costumbre, estará en casa de la abuela una temporada, lo hace siempre cuando abandona un trabajo-, Le sugirió Andrés llevado por su instinto de buen profesional.
Carlos repasaba en su memoria, toda la información que Andrés le había facilitado, mirando el papel, donde había anotado la dirección de Soledad Montes, la abuela de Carmen. La sostenía en sus manos, la presionaba fuertemente como queriéndose asegurar de que no la perdería,-Supongo que no estoy muy cuerdo, por dedicar tanto esfuerzo y tiempo a alguien que me rehúye, como si fuera el mismo demonio- se decía.
Por algún motivo desde que conociera a Carmen en aquella cafetería del centro de Málaga. -¡una simple camarera!, ¿qué tendría de diferente a las demás? Se repetía y preguntaba a si mismo, como queriendo justificar ese sentimiento que le parecía tan irracional en el y que aún no se había acostumbrado a sentir.
Ella había logrado que sintiera la necesidad de tener a alguien en su vida, que le reconfortase de tanto esfuerzo y quebraderos de cabeza, como originaba el trabajo diario. Sin embargo, hasta ahora, el único consuelo que había recibido era el que le hubiera dado un alfiler, al pinchárselo por accidente. No se resignaba, el necesitaba abrazarla, la recordaba suave y caliente, imprevisible y salvaje. El antídoto perfecto para un día arduo de estresante trabajo. Le aceleraba el pulso el recordar, esas veces, que la había descubierto mirándolo como si estuviera hipnotizada, tenía una especial y peligrosa forma de hacerle sentir como un gigante. Esa sensación fue la que origino en él, la necesidad de volver verla cada día y el descubrir que lo que sentía hacia ella, algo tan fascinante y tan excitante como un sueño. Por otro lado también estaba la otra inquietante y dolorosa reacción de Carmen, esa claustrofobia o fobia a los hombres, que descubriera la primera vez que la abrazara y le robase aquel beso, atrapada entre sus brazos, se le habían llenado los ojos de lagrimas, temblando, como traumatizada, gritando, ¡quítate!, ¡quítate!, empujándole con pánico.
-¿Es solo conmigo o reaccionas igual con todos?-, recordaba haberle preguntado.
-¡No! Era solo… era solo que me sentía atrapada. ¡No podía liberarme!- fue la balbuceante respuesta de ella.
Pero el capto su miedo en sus ojos, como si el fuese un ser lascivo y perverso.

Mientras tanto Carmen debatía con su madre temas incompletos, que difícilmente podrían ser resueltos alguna vez.
-Yo vivo mi vida-, decía Carmen a su madre. Su necesidad de enfrentarla con la verdad era muy fuerte, pero había mantenido silencio durante tantos años, que el silencio venció.
-¡Escusas!- la acuso su madre.
-¡Tú te casaste con él, yo no!-, se forzaba, Carmen en eliminar el cerco, que su madre intentaba crear en torno a ella.
-¡José te quería como un padre!, no te veía nunca. Te crió y se ocupo de ti, ¿y cómo le pagaste?, te fuiste de casa, con una abuela que jamás se preocupo por ti, sin decir adiós, con tu absurda negativa a volver, ni una llamada de teléfono, para preguntar por él. Ahora te niegas a vivir conmigo, prefieres esa vida de vagabunda, que llevas y a tu abuela-, eran las acusaciones, con las que su madre intentaba crearle una responsabilidad con respecto a ella.
-No me hagas odiarte mama-, le advirtió Carmen.
-¿Como odiabas a Pepe, verdad?-, Su madre la miro con los ojos entrecerrados, afirmando más que preguntando.
-¡Sí!, lo odiaba y si tuvieras un poco de sentido común, te preguntarías por qué-, Con esas palabras Carmen, salió de la habitación, dando un portazo, ya en la calle subió a su coche con la intención de irse sin mirar atrás.

domingo, 4 de julio de 2010

No hay lugar para el amor (Capitulo 3º)



No hay lugar para el amor (Capitulo tercero)

Carmen sabía que era una idiota, por ir, lo sabía, lo admitía, estaba corriendo un riesgo terrible, no podía recordar un solo momento de su vida, desde que abandonara la casa de su padrastro, donde ella no hubiese jurado que jamás volvería, por mucho que su madre le insistiera y le reclamase su egoísmo hacia ella y hacia ese hombre que su madre se empeñaba que llamase padre, no lo era, nunca conoció a su padre, murió antes de que ella tuviera conocimiento, para atesorar su recuerdo en su memoria.
Apretó con fuerza el volante, conduciendo su pequeño coche por las empinadas curvas de la estrecha carretera, que la comarca de la sierra de Grazalema poseía, intentaba relajarse, se decía, si estaba preparada para esquivar los propósitos aparentemente asesinos de miles de usuarios en las autopistas de Málaga, entonces podría enfrentarse a una carretera como aquella.
El paisaje que bordeaba la carretera parecía el lienzo de un pintor, era ese tipo de belleza salvaje y voluble, que Carmen no había podido apreciar ni disfrutar, en los años vividos en la comarca. Ahora su visión le rescataba de su memoria la etapa más cruel de su vida, decidió que sería muy inquietante y doloroso, volver a vivir allí, por muy hermosa que fuera aquella naturaleza que siempre sorprendía con un nuevo cambio de ropa.
El viento soplaba en el cementerio, traspasando los pliegues del abrigo de lana que Carmen llevaba puesto, agitando su indomable y encrespado pelo negro. Cruzo los brazos e intentó controlarse, para no salir corriendo, era la razón por la que había conducido hasta allí, esa y la clemente llamada de su madre, rogándole su presencia para dar el último adiós al falso y temido impostor, que había ejercido tan horrible papel de padre. Su mente retrocedió hacia los recuerdos escondidos y sepultados en la parte más oscura de su memoria, dejo de percibir el entierro y las personas que había a su alrededor. Se mordió el labio para contener un sollozo y apareció esa niña que se encerraba en su dormitorio bajo llave, bloqueando la puerta, con la mesa de su escritorio, había sido la única forma de evitar la entrada de su padrastro a su dormitorio y lograr que aquél temido monstruo no pasara de esos tocamientos que a ella le producían tanta repulsión y asco. Permanecía allí encerrada, todas las tardes desde su vuelta del colegio hasta que su madre regresaba a casa del trabajo. Esa niña había intentado hacérselo saber a su madre y esta jamás le había dado otra importancia que el cariño de un padre hacia su hija. Recordó entonces una terrible y última escena, que le hizo sentir un frío que no podía cubrir su abrigo de lana, un glacial vacío en el alma, el más doloroso de todos, ese interés de su padrastro, cuando ella tenía dieciséis años por llevarla esa noche a la discoteca donde ella había quedado con sus amigas. El terror cuando se dio cuenta que elegía un camino equivocado, con la excusa de que tenía que ir a otro sitio antes, un sitio a las afueras y aislado de todo. Por muchos años que pasaran el pánico que había sentido y al necesidad de salir del coche, la visión de aquellos ojos, con la mirada recorriéndole su cuerpo con aquella expresión de fiera lujuriosa que tiene acorralada a su presa, le habían hecho tiritar de miedo y abrir la puerta del coche estando aún en marcha, había rodado por el suelo, levantándose como pudo con el cuerpo, magullado, corriendo como si tuviera el mismo demonio detrás.

No hay lugar para el amor (Capitulo 2º)





No hay lugar para el amor (Capitulo 2º)


Carmen con su mirada fija en la calle, que divisaba a través del cristal de la ventana de su dormitorio. Sus ojos estaban fijos absortos, difícilmente cualquiera que la observara nunca podría saber, que el exterior ni siquiera le era perceptible, puesto que su mente vagaba en sus tormentosos recuerdos, que hacían su existencia algo errante, con un miedo horrible a echar raíces a abrir su corazón y quedar expuesta, vulnerable a las debilidad de necesitar amar, compartir y que por ese motivo volvieran a destrozar su alma como si ella, fuera algo que se coge cuando se necesita y en la manera que se necesita sin tener en cuenta sus sentimientos.

Ella había sido una niña diminuta y después una esbelta e imponente adolescente. Sus grandes ojos negros, con largas y curvadas pestañas, su piel clara, luminosa como su cabello largo de salvajes rizos de color negro, le habían dado un aspecto de mujer sensual, hermosa, a una edad que ella no estaba preparada para enfrentarlo. Cada vez que aparecía alguien en su vida, mencionando la palabra amor, su mente retrocedía sin control al pasado. Aquella era su habitación su refugio y su seguridad y ella había tenido que cuidar mucho su seguridad, permanecía en ella desde que Carlos se fuera, ni siquiera la necesidad de alimentarse, le había obligado a abandonarla, el era un hombre que había aparecido con la intención de significar algo en su corazón y ella había vuelto imprimir en su mente otra cara, que el recuerdo aceleraba su corazón de miedo, necesitaba obligarse a saber que todo estaba en su pasado, que estaba muerto y que su presente era distinto y dejar de huir. Quizá entonces podría entregar algo más que su cuerpo a alguien, podría dejarse amar y amar, compartir el viaje de su existencia, por la vida y dejar de estar sola y sonreír al sentirse completa y cobijada en los brazos de un hombre como Carlos.

Ese primer día de la semana se estaba convirtiendo en una autentica pesadilla para Carlos, había perdido su vuelo a Madrid, por su necesidad de comprobar que una insignificante mujer le rechazaba, antes de que pudiera argumentar los sentimientos que le obligaban a insistir en una relación, que ella ni siquiera quería plantearse y mucho menos intentar dar una oportunidad. Estaba muy cansado para enfadarse, pero sabía que muy pronto y a pesar del cansancio, seria presa de la rabia. El no era un inexperto, por su vida habían pasado muchas mujeres y sabía muy bien identificar la necesidad, y la pasión de una mujer cuando su cuerpo se estremecía de oleadas de deseo, las había sentido en Carmen y se había sorprendido de la intensidad y profundidad que sin querer ella había expresado, la dilatación de su pupilas al mirarle, su piel erizándose, tornándose en un sonrosado, que la sorpresiva pasión no pudo evitar. Sentía rabia, por la actitud de alguien que se negaba una oportunidad a ella misma, y al mismo tiempo le inquietaba el misterio de la causa…, ¿Que ocultaba esa actitud?..., cuando estaba claro que ella no era tan inmune a el como pretendía aparentar, algo dentro de él le decía que tendría que volver a enfocar la relación desde otro frente y descubrir que ocultaba Carmen.

viernes, 2 de julio de 2010

No hay lugar para el amor



No hay lugar para el amor
(Capítulo primero)

Carmen se levanto con dolor de cabeza. La habitación se encontraba en penumbra; la escasa luz entraba tamizada por las persianas de las ventanas. Al levantar la mano para intentar mirar la hora en su reloj de pulsera, emitió un gemido, estremecida, recordando cada detalle, que la había mantenido despierta hasta altas horas de la madrugada. Ese tormentoso recuerdo, que simbolizaba su cobardía…, recordaba esa nítida imagen de Carlos, con las manos en los bolsillos de sus pantalones y los pies firmemente plantados sobre el suelo, mirándola fijamente. El intenso silencio mientras esperaba que ella hablara, sus ojos verdes, que la recorrían deteniéndose sobre su cuerpo más tiempo del que ella consideraba oportuno, para su firme cordura.
-No- le había dicho Carmen-no me interesas lo más mínimo, eres simplemente un hombre más de los que conozco y no siento nada especial por ti.
-¿Está segura?- Pregunto Carlos mientras caminaba en dirección a ella, Carmen se tenso, por un momento la situación se le presentaba descontrolada, su dominio comenzaba a ser algo imprevisible.
-Completamente segura- por alguna razón, la voz de Carmen no era firme, no podía disimular, para que Carlos no se diera cuenta de que estaba temblando. Antes de que pudiera evitarlo, Carlos estaba justo delante de ella, tan cerca, que sus cuerpos se rozaban, poso su mano sobre su barbilla elevando su rostro, para encontrar sus miradas frente a frente. El corazón empezó a latirle acelerado y dentro de ella, el deseo empezó a crecer como si fuera fuego liquido.
-creo que esta conversación, está más que concluida- murmuró con voz temblorosa.
-Bien- Carlos emitió una carcajada en voz baja y sensual, aumentando aún más su deseo.
- Creo que entonces, los dos somos capaces de dar el significado exacto a lo que sentimos-. Y dicho eso, la empujo hacia la pared, y se echo nuevamente a reír, tan cerca de ella que su aliento le abanicó el cabello
- Esto que va a suceder, tendrá el significado justo- La rodeó con los brazos y la beso en los labios, acorralándola, ella ni siquiera pensó en resistirse, cuando el intensifico el beso, explorando y exigiendo.
Una primitiva excitación se adueño de ella, respondiendo ardientemente. A ese beso siguió otro, salvaje, obligándola a dejar de pensar, solo existía el silencio de la habitación, la rigidez de la pared a su espalda, el cálido cuerpo de aquel hombre y la pasión de sus besos que la mareaban.
En algún momento dejo de besarla, dejándola frustrada y confusa.
-Pues yo te quiero a ti en mis brazos, cubrir tu cuerpo con el mío, saborearlo, llenarlo de besos, saciarme de su insinuante caudal de placer al hacerte el amor, Carmen-. Esa declaración la despertó bruscamente a la realidad y le permitió colocar las cosas en el lugar que ella se sentía segura.
-No es amor, sino sexo- le dijo -¿Y que demuestra esto?, Que sexualmente no soy inmune a ti…, ¿Y que?, Mírate al espejo, eres un hermoso ejemplar masculino, que atraería a cualquier mujer, eso no es amor y no tiene más importancia. Te sugiero, que jamás vuelvas a tocarme, no quiero tener una aventura contigo, por si no lo sabes un no, significa no-. Carmen respiro profundamente intentando mantener la calma. Carlos clavo su dura mirada en ella, y fue descendiendo de forma insolente por todo su cuerpo, ella deseo abofetearlo, quizá así dejaría de asediarla de forma tan insistente.
-No me cabe duda, que tendrás motivos, para crear una infranqueable barrera entre los dos. - le dijo, y a continuación se dio la vuelta y salió de la habitación cerrando la puerta de golpe.
Carmen se había mantenido con la cabeza bien alta, mientras Carlos la examinaba detenidamente, ahora que él no estaba se derrumbo, busco como una autómata el refugio de su habitación y se tumbo sobre la cama, mordiendo la almohada para contener las lagrimas. No estaba dispuesta a demostrar el menor signo de debilidad. Por mucha atracción que sintiera hacia el, ella no se enamoraba, no creía en el amor, los hombre eran para ella un divertimento y Carlos amenazaba con significar algo distinto y ella lo apartaría de su camino. Buen propósito, pero la fuerte atracción y la necesidad sexual insatisfecha, había permanecido en ella, aún después de quedar dormida. Ahora al despertar se había transformado en aquel fuerte dolor de cabeza, que le recordaba, que tenía que volver a huir de su realidad, de su necesidad de que su corazón fuera libre, aunque la profunda soledad que sentía la estuviera matando.