miércoles, 7 de julio de 2010

No hay lugar para el amor (Capitulo sexto)




No hay lugar para el amor (Capitulo sexto)

Desde que cerrara la puerta dejando sola a Carmen, Carlos sentía una fuerte necesidad de volver y abrazarla, pero sabía que sería un error, el recuerdo de su mirada se lo decía, ese brillo extraño de pánico, como si estuviera viviendo una situación distinta y el personificara a alguien que le hacía sentir un rechazo monstruoso, como atisbos candentes que proceden del mismísimo infierno, que resucitaban en su piel como oposición un frío que inconscientemente la obligaban a rodearse con sus propios brazos, queriéndose proteger de una poderosa alimaña que amenazara con devorarla. Minutos antes, dormida en sus brazos observarla le había despertado sentimientos muy variados, era como ver el sol, se sentía amante complacido, protector celoso de un hermoso tesoro único, exclusivo, que no estaba dispuesto a dejarse arrebatar. Parecía una niña pequeña e indefensa y el quería sentirla feliz siempre y mimarla. La veía tan relajada, era incapaz de hacer otra cosa que observarla, fue así como notó el cambio, su rostro dibujó el tormento que empezaba a invadir la serenidad y placidez de su sueño, comenzó a gritar, ¡no!, ¡no!, ¡no me toques!, el la zarandeó mientras le decía..:
-Pobrecita, es solo una pesadilla-murmuraba tratando de despertarla.
La presionó fuertemente entre sus brazos tratando de acurrucarla y besar su frente, con la intención de hacerla salir de la pesadilla de forma suave, ella abrió sus ojos dirigiéndole una mirada de horror e inmediatamente comenzó a revolverse entre sus brazos intentando deshacerse de ellos y escapar.
-¡Suéltame, por favor!, ¡suéltame!- le gritaba asustada
Carlos la soltó desconcertado, no comprendía ese pánico en ella después de lo ocurrido entre ellos dos, ese rechazo. Se levantó del sofá dejándola sola, ella cruzó sus brazos sobre el cuerpo como tratando de cobijarse, de resguardarse, mientras le repetía de forma obsesiva.
-¡Márchate! déjame sola, quiero estar sola- le decía y al mismo tiempo le dirigía una mirada asustada, como la de una niña indefensa y aterrorizada.
Carlos recogió sus ropas y se vistió, conteniendo la necesidad de abrazarla y decirle que con él estaba a salvo, fuera lo que fuera, lo que había invadido su sueño de forma tan extraña y asustándola de aquella manera. Presentía que el se lo personalizaba, transportando el sueño a la realidad. Cuando acabó de vestirse, antes de salir le dirigió una última mirada, seguía en la misma posición abrazada agitándose compulsivamente y diciendo entre lágrimas.
-Necesito estar sola- decía sin dejar de mirarle.
Carlos la miraba, mientras pasaba su mano por su pelo conteniéndose.
-Vas a tener que dejarme que te busque ayuda. Hoy me voy, por más que me moleste, en tu estado no soy el más indicado para ayudarte, algo me dice, que tiene que ver con lo que ha ocurrido entre los dos y mi condición de hombre- le dijo de forma pausada y con seguridad.
El último recuerdo de Carmen, esa imagen de niña con las piernas flexionadas sobre su cuerpo sujetas por sus manos, escondiendo su rostro alterado, lloroso y asustado. Le había perseguido durante todos esos días, ahora acudía a la cafetería Brisa, en el centro de Málaga, donde por fin pudo concertar una cita con su abuela. Tenía grabadas en su cabeza parte de la conversación telefónica que habían mantenido y las repasaba en su mente como intentando anticiparse a la información que quería obtener de la anciana…
-¿Seguramente es usted, el hombre del que mi nieta está enamorada? era la pregunta nítida que aparecía en su recuerdo
- Nunca me lo ha dicho, por lo visto usted sabe más que yo de sus sentimientos en ese sentido- le había contestado el un tanto confundido.
-Creo que es necesario que hablemos, por que si usted la quiere va tener que derrochar mucha paciencia- concluyó la anciana al teléfono.
Necesitaba la ayuda de ella, que le hablara de lo que escondía el pasado de Carmen y así poder ayudarla. Esas únicas palabras, que habían intercambiado al teléfono, le decían que podría ser la aliada adecuada.

No hay lugar para el amor (Capitulo quinto)





No hay lugar para el amor (Capitulo quinto)

La vuelta a lo que había sido su hogar, durante su niñez, definitivamente no había sido buena idea, lo supuso desde el principio, quizá comprobar que su madre seguía siendo la misma, que la ternura maternal y generosa que ella tanto necesitó de niña, no sería una característica en ella jamás, era la misma persona egoísta que solo piensa en cómo cubrir sus necesidades, tal y como lo recordaba, el día de su dolorosa huida, once años atrás. Todavía no alcanzaba a comprender como la abuela pudo conseguir que no la llevasen de vuelta con su madre. La abuela, después de su sorprendente aparición, solo le dijo, -¡Tú déjame a mi esto, yo lo solucionaré!.
Conducía, casi sin mirar por aquella sinuosa carretera, que si era complicada en la subida, en la bajada necesitaba más atención, sin embargo ella solo llevaba una cosa en su mente, llegar a casa de la abuela cuanto antes, volver a refugiarse en el lugar que se sentía a salvo, protegida de aquel terrible sentimiento, de ese invierno frío que le provocaba el miedo oculto en su interior, que se aparecía una vez y otra como una alarma que le indicaba, ¡Peligro!, ¡Peligro!, allí estaría a salvo.
Carlos nada más salir de su despacho, había decidido hacer una visita a la abuela de Carmen. La llamó por teléfono para presentarse y anunciarle su visita. Curiosamente nadie descolgó. Decidió que hablaría con la abuela de Carmen llevado por una profunda necesidad de averiguar los motivos de esa extraña reacción en ella, e intuyendo la fuerte atracción hacia él que indudablemente percibía en los ojos de ella. Su comportamiento no era lógico en una mujer adulta, había algo en su pasado y en su vida que lo provocaba y la abuela tenía que saberlo.
Carmen llegó a casa y al entrar al recibidor llamó a su abuela, al ver que no contestaba recordó lo que le había dicho.
-Como no quieres que te acompañe, quizá me acerque unos días a Córdoba a ver a la tía María, creo que no está muy bien de salud, es muy mayor y cualquier día se nos va- Le dijo su abuela preocupada por su hermana.
No se había opuesto, a pesar de su terror a volver y que ella no estuviera, no quería preocupar más a su abuela, sabía perfectamente que volvería lo más pronto posible. Se preparó algo de comer, mientras seguía dando vueltas a todo lo sucedido con su madre en el entierro de su padrastro y en la necesidad tan enorme que sentía hacia Carlos, necesidad de que la amara, de sentir el calor de su cuerpo sobre el suyo y al mismo tiempo ese contradictorio pánico, que aparecía sin que ella se lo propusiera y en el momento menos esperado. Sentada en el salón dejaba pasar las horas, sin ninguna intención de moverse de allí y mucho menos de salir. Entonces sonó el timbre y saltó como un resorte del sofá, pensando que sería la abuela que volvía. Feliz como una niña que quiere ver a su madre, se encaminó para abrir la puerta sin cuestionarse ninguna otra posibilidad. Al abrir la puerta su sonrisa infantil se tornó en una mueca de sorpresa al encontrarse a un hombre alto de pelo rubio y mandíbula cuadrada, de unos treinta y tantos años, vestido como ella siempre lo recordaba, con un impecable traje.
Él no dijo nada. Se limito a mirarla con sus intensos ojos azules, que la escudriñaban con detenimiento.
-¿Qué quieres?- Alcanzó a decir turbada.
-¿Tú que crees?- Preguntó él secamente
Carmen se estremeció. No quería saber nada de Carlos.
-¡No sé!- Exclamó ella teniendo plena certeza de lo que él quería.
-¿Vamos a discutir en la puerta?- Le espetó el con aplomo.
No le habría costado nada mascullar un “vete por favor”. Y haberle cerrado la puerta en las narices, pero sabía perfectamente que no serviría de nada, Carlos tenía un propósito y no se iría de allí sin más.
-Pasa…- Lo invitó a entrar con cierto recelo.
Carlos se movía con seguridad, con ese porte elegante y caballeresco con el que algunos hombres son dotados por naturaleza, impregnando el aire de un cierto olor masculino irresistible.
- Necesito hablar contigo Carmen.
Ella levantó la barbilla y apoyó sus manos en las caderas.
-Y bien,….habla, te escucho.
-Bien…,Dime, ¿Vas a contarme que te hace desearme y al mismo tiempo rechazarme, como si yo fuera un monstruo perverso?.
-No sé de donde has sacado eso pero…
-No soy un inexperto Carmen, conozco demasiado bien las señales que emite una mujer cuando siente atracción hacia mi- Le cortó la frase taladrándola con la mirada.
-Eso creo habértelo explicado ya- Se sentía vulnerable porque no podía poner el énfasis que quería en las palabras que pronunciaba, estaba demasiado expectante y alterada como para pensar con claridad.
Carlos escrutó su cara con cierto brillo en la mirada que se colaba directamente en la mente de Carmen. El la perturbaba hasta tal punto que no podía pensar ni moverse. Un latigazo, como descarga eléctrica zozobraba en su interior y la paralizaba.
Sin añadir nada, de repente él la besó, su gesto pareció un ataque, un asalto. Fue un beso agresivo y arrasador, con unos labios firmes que exigían una respuesta que ella aborrecía dar y al mismo tiempo, era incapaz de negar. No tenía otra elección que devolverle el beso. Su cuerpo se sobresaltaba en oleadas de deseo guardado en el tiempo, que hacían de ese descubrimiento una experiencia muy intensa.
Carlos recorrió su boca con sus labios, en un beso salvaje pero lleno de dulzura. A ella le ardían los labios y su conciencia sucumbió antes de brillar como nunca lo había hecho. Gimió, sumergida en la divina agonía de aquel deseo que sentía, nuevo y extraño. Se despertaba en ella la necesidad de alcanzar más intimidad entre los dos, costara lo que costara.
-No quiero asustarte- le susurró el al oído.
-Me llevas asustando desde el primer día que te ví- Le contestó ella con voz entrecortada -…..Y no puedo evitar esta necesidad que siento, por mucho que a la vez me asuste, me puede mas el deseo de verte y por mucho que lo intente no puedo vivir sin ti- Los ojos de Carmen se llenaron de lágrimas.
Los labios de Carlos se apoderaron de los de ella con una pasión descontrolada, impulsada por el reconocimiento de Carmen. Nunca antes había sentido tanta tensión sexual, tanta necesidad de fundirse con el alma de una mujer.
El cuerpo de Carmen pareció apoderarse de su mente y cuando las vacilantes manos de Carlos la fueron despojando de su ropa, dejándola caer al suelo, ella recibió con anhelo la calidez de aquellas manos en su desnuda piel. Sus pechos parecieron hincharse, sus pezones se endurecieron.
Con movimientos impacientes, ella le ayudó a despojarse de su ropa, para poder sentir el contacto de su piel junto a la suya.
Carlos bajo la cabeza, volvió a apoderarse de su boca y Carmen jadeó, arqueándose hacia él. Su cuerpo parecía haber empezado a arder y lanzó un largo e intenso gemido de placer.
-No me pidas que me detenga ahora, no pretendía esto, pero es demasiado tarde cielo-Le dijo el con voz enronquecida.
-No quiero que pares- jadeó ella.
Los labios de Carlos atraparon los de Carmen con extrema dulzura, haciéndola sentir mareada. Los besos poco a poco se tornaron más duros y exigentes. Ella le rodeó el cuello con sus brazos, deleitándose en la perturbadora excitación de él, y no se asustó, por el contrario se vio presa de las más indescriptibles sensaciones y se aferró a él.
Sin saber como, se encontró tumbada en el sofá con el suave cuerpo de él encima, se sintió amada cuando el se dejó caer por entero y recorrió su cuerpo con sus excitantes manos. Por momentos el miedo afloraba y empujaba por salir y la llevaba a un abismo de sensaciones. Pero Carlos la provocaba con sus besos y sus caricias la hacían sumergirse en un éxtasis, que solo quería saciar la necesidad que el despertaba en cada caricia. Haciéndola consciente sólo de que quería más, mucho más y se lo pidió a gritos, casi exigiendo.
La mirada celeste de el la contempló a pocos centímetros, admirándola, queriendo grabar en su retina para siempre el cuerpo y la mirada de Carmen. Ella adoraba la suavidad de la piel de Carlos, aquella firmeza en su mandíbula masculina, los mechones de pelo rubio que le caían por la frente sudorosa. Entonces ambos cuerpos acabaron fundidos, y en ese momento el mundo pareció desvanecerse por que los cuerpos tomaron el control del barco de sus vidas, como dos navíos a la deriva moviéndose al mismo ritmo, recorriendo el abismo de oscuro terciopelo, allí dónde las sirenas esconden el profundo secreto de mil mares, dónde abrazados sintieron el profundo misterio de las mareas, cuando el mar choca contra las rocas y rompe en un torbellino de espuma y cuando el mar se tornó azul profundo alcanzaron fundidos el más profundo de los éxtasis.