domingo, 4 de julio de 2010

No hay lugar para el amor (Capitulo 3º)



No hay lugar para el amor (Capitulo tercero)

Carmen sabía que era una idiota, por ir, lo sabía, lo admitía, estaba corriendo un riesgo terrible, no podía recordar un solo momento de su vida, desde que abandonara la casa de su padrastro, donde ella no hubiese jurado que jamás volvería, por mucho que su madre le insistiera y le reclamase su egoísmo hacia ella y hacia ese hombre que su madre se empeñaba que llamase padre, no lo era, nunca conoció a su padre, murió antes de que ella tuviera conocimiento, para atesorar su recuerdo en su memoria.
Apretó con fuerza el volante, conduciendo su pequeño coche por las empinadas curvas de la estrecha carretera, que la comarca de la sierra de Grazalema poseía, intentaba relajarse, se decía, si estaba preparada para esquivar los propósitos aparentemente asesinos de miles de usuarios en las autopistas de Málaga, entonces podría enfrentarse a una carretera como aquella.
El paisaje que bordeaba la carretera parecía el lienzo de un pintor, era ese tipo de belleza salvaje y voluble, que Carmen no había podido apreciar ni disfrutar, en los años vividos en la comarca. Ahora su visión le rescataba de su memoria la etapa más cruel de su vida, decidió que sería muy inquietante y doloroso, volver a vivir allí, por muy hermosa que fuera aquella naturaleza que siempre sorprendía con un nuevo cambio de ropa.
El viento soplaba en el cementerio, traspasando los pliegues del abrigo de lana que Carmen llevaba puesto, agitando su indomable y encrespado pelo negro. Cruzo los brazos e intentó controlarse, para no salir corriendo, era la razón por la que había conducido hasta allí, esa y la clemente llamada de su madre, rogándole su presencia para dar el último adiós al falso y temido impostor, que había ejercido tan horrible papel de padre. Su mente retrocedió hacia los recuerdos escondidos y sepultados en la parte más oscura de su memoria, dejo de percibir el entierro y las personas que había a su alrededor. Se mordió el labio para contener un sollozo y apareció esa niña que se encerraba en su dormitorio bajo llave, bloqueando la puerta, con la mesa de su escritorio, había sido la única forma de evitar la entrada de su padrastro a su dormitorio y lograr que aquél temido monstruo no pasara de esos tocamientos que a ella le producían tanta repulsión y asco. Permanecía allí encerrada, todas las tardes desde su vuelta del colegio hasta que su madre regresaba a casa del trabajo. Esa niña había intentado hacérselo saber a su madre y esta jamás le había dado otra importancia que el cariño de un padre hacia su hija. Recordó entonces una terrible y última escena, que le hizo sentir un frío que no podía cubrir su abrigo de lana, un glacial vacío en el alma, el más doloroso de todos, ese interés de su padrastro, cuando ella tenía dieciséis años por llevarla esa noche a la discoteca donde ella había quedado con sus amigas. El terror cuando se dio cuenta que elegía un camino equivocado, con la excusa de que tenía que ir a otro sitio antes, un sitio a las afueras y aislado de todo. Por muchos años que pasaran el pánico que había sentido y al necesidad de salir del coche, la visión de aquellos ojos, con la mirada recorriéndole su cuerpo con aquella expresión de fiera lujuriosa que tiene acorralada a su presa, le habían hecho tiritar de miedo y abrir la puerta del coche estando aún en marcha, había rodado por el suelo, levantándose como pudo con el cuerpo, magullado, corriendo como si tuviera el mismo demonio detrás.

No hay lugar para el amor (Capitulo 2º)





No hay lugar para el amor (Capitulo 2º)


Carmen con su mirada fija en la calle, que divisaba a través del cristal de la ventana de su dormitorio. Sus ojos estaban fijos absortos, difícilmente cualquiera que la observara nunca podría saber, que el exterior ni siquiera le era perceptible, puesto que su mente vagaba en sus tormentosos recuerdos, que hacían su existencia algo errante, con un miedo horrible a echar raíces a abrir su corazón y quedar expuesta, vulnerable a las debilidad de necesitar amar, compartir y que por ese motivo volvieran a destrozar su alma como si ella, fuera algo que se coge cuando se necesita y en la manera que se necesita sin tener en cuenta sus sentimientos.

Ella había sido una niña diminuta y después una esbelta e imponente adolescente. Sus grandes ojos negros, con largas y curvadas pestañas, su piel clara, luminosa como su cabello largo de salvajes rizos de color negro, le habían dado un aspecto de mujer sensual, hermosa, a una edad que ella no estaba preparada para enfrentarlo. Cada vez que aparecía alguien en su vida, mencionando la palabra amor, su mente retrocedía sin control al pasado. Aquella era su habitación su refugio y su seguridad y ella había tenido que cuidar mucho su seguridad, permanecía en ella desde que Carlos se fuera, ni siquiera la necesidad de alimentarse, le había obligado a abandonarla, el era un hombre que había aparecido con la intención de significar algo en su corazón y ella había vuelto imprimir en su mente otra cara, que el recuerdo aceleraba su corazón de miedo, necesitaba obligarse a saber que todo estaba en su pasado, que estaba muerto y que su presente era distinto y dejar de huir. Quizá entonces podría entregar algo más que su cuerpo a alguien, podría dejarse amar y amar, compartir el viaje de su existencia, por la vida y dejar de estar sola y sonreír al sentirse completa y cobijada en los brazos de un hombre como Carlos.

Ese primer día de la semana se estaba convirtiendo en una autentica pesadilla para Carlos, había perdido su vuelo a Madrid, por su necesidad de comprobar que una insignificante mujer le rechazaba, antes de que pudiera argumentar los sentimientos que le obligaban a insistir en una relación, que ella ni siquiera quería plantearse y mucho menos intentar dar una oportunidad. Estaba muy cansado para enfadarse, pero sabía que muy pronto y a pesar del cansancio, seria presa de la rabia. El no era un inexperto, por su vida habían pasado muchas mujeres y sabía muy bien identificar la necesidad, y la pasión de una mujer cuando su cuerpo se estremecía de oleadas de deseo, las había sentido en Carmen y se había sorprendido de la intensidad y profundidad que sin querer ella había expresado, la dilatación de su pupilas al mirarle, su piel erizándose, tornándose en un sonrosado, que la sorpresiva pasión no pudo evitar. Sentía rabia, por la actitud de alguien que se negaba una oportunidad a ella misma, y al mismo tiempo le inquietaba el misterio de la causa…, ¿Que ocultaba esa actitud?..., cuando estaba claro que ella no era tan inmune a el como pretendía aparentar, algo dentro de él le decía que tendría que volver a enfocar la relación desde otro frente y descubrir que ocultaba Carmen.